Así empieza mi nuevo libro

Ayer se me ocurrió la idea de ir compartiendo, en estos duros momentos que pasamos, lo que vaya escribiendo de mi nuevo libro que he empezado a escribir estando confinada.

Varios abogados me han dicho que estoy loca, tal cual…que lo pueden plagiar, que lo que está internet es de todos, que lo pueden compartir sin decir la fuente…vaya, que no lo hiciera. Que soy escritora y que los libros no se muestran hasta que están escritos.

Pero ¿sabéis qué?…que no me importa.

Ahí va el primer capítulo. Yo lo comparto con la alegría que siento cuando hago algo desde el corazón y que cada cual tenga conversaciones con su propia conciencia.

Os aconsejo que os suscribáis a la Web para que os vayan informando cada vez que publique un capítulo.

¡Y a disfrutarlo!

Solo os pido que si queréis compartirlo no copiéis y peguéis el capitulo, sino que lo compartáis copiando el enlace de la web. ¡Mil gracias!

Por cierto…aún no tiene nombre.

                                                     1

Nunca le habían temblado las manos como hasta ahora, quizá en el último momento no era tan fuerte como todos suponían, como ella misma suponía; pero a pesar de que su pulso era tembloroso, escribió rápido, como si todas aquellas palabras hubieran sido aprendidas de memoria:

 “la impotencia te inunda de tal manera que quisieras gritar y sollozar para alejarla, y de repente te das cuenta que también eres impotente para llorar, para sentir tan sólo esa rabia destructora que te bulle en el pecho. Ya nada importa, sólo ese maldito gusanillo que te va royendo lentamente tu interior y que te va recordando que la sabiduría que creías tener no existe, que te hundes en un mar de ignorancia y te ahogas, porque ya hasta has olvidado como se mantiene uno a flote”.

      Se paró de golpe y se asombró de que sus manos fueran firmes, seguras, era como si el haber escupido aquellas frases le hubieran liberado de su inseguridad, de su miedo.

 Por primera y última vez leyó rápida las líneas, no importaba si alguien no las entendía, sólo las había escrito para sí misma, lo demás no importaba, el resto no importaba, el mundo no importaba. Se levantó de ese sillón donde tantas y tantas veces había tomado decisiones y con aquella belleza serena que siempre la había caracterizado, se dirigió lentamente hasta la ventana.

      Era noche cerrada, sin embargo, una luz blanca, resplandeciente inundaba la habitación. Allí estaba como siempre la luna llena mirándola descarada, iluminando las lágrimas que incesantes caían por sus mejillas, cómplice silenciosa de cuanto había ocurrido, removiendo cruelmente esos recuerdos que la rompían en dos. “Volvemos a encontrarnos amiga mía. No podías fallarme”.

      Las notas de la balada de Memorias de África inundaban el espacio oscuro transportándola, como siempre que la escuchaba, a un tiempo que ya no existiría y que era lo único que amaba en éste mundo.

      Se apoyó lentamente en la ventana mirando hacia el cielo dolorosamente, mientras los rayos plateados y las estrellas volvían a ser testigos de su belleza. Ya no poseía aquel pelo dorado y rizado que la había diferenciado siempre de las demás, con los años se había ido alisando y tenía que cubrirse las canas que había heredado de la abuela. Ni su piel seguía siendo tan blanca y tersa, casi traslúcida, y sus ojos oscuros, tan vivos y expresivos siempre, vagaban inertes de un lado a otro, extraviados, vacíos… Y sin embargo, a pesar de que su juventud estaba ya lejos, ¡cuán bella era!, que infantil podía parecer incluso a veces, que perfecto seguía siendo el óvalo de su cara, la forma de su barbilla, el contorno de su estilizada silueta. Su cabello recogido hoy en un moño desenfadado le daba un aire todavía más elegante, más señorial de lo que ella pretendía.

      El tiempo, los años, no habían hecho más que madurar esa belleza, modelarla, despojarla de todo aire de inocencia que antaño poseía transformándola en esa perfección dolida y distante que ahora era.

      Pero…, ya nada importaba.

      Lentamente levantó los brazos para extraer las horquillas, una a una, que sujetaban su pelo, para dejarlo caer sobre los hombros. No pensaba escribir ni una palabra más, si podía, ni siquiera iba a pensar en nada más, pero eso era imposible, recuerdos, escenas, imágenes, sonidos, palabras, miradas, pasaban veloces por su memoria, eran tantos, tantos recuerdos…,y tanto dolor acumulado inútilmente. Tenía la impresión de volver a estar en el punto de partida, tenía la impresión de haber estado haciendo siempre las mismas cosas, pero creyendo que hacía otras, esperando todos los días aquél imposible que no llegaba, y que por fin un buen día llegó, transportado por esa misma luna llena que en este instante la contemplaba.

      Ahora era tarde, demasiado tarde y la inundaba tanta tristeza, tanta desilusión, tanta agonía, que el futuro no importaba, y el presente se desvanecía por momentos, se lo llevaba a rastras agonizante el mismo pasado, esos mismos recuerdos que a partir de ahora iban a ser toda su vida.

 

Una respuesta

  1. Montse dice:

    Ya estoy enganchada …

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